Para el 14 de diciembre de 1988 se convocó la cuarta huelga general de la democracia española. Gobernaba Felipe González y fue apoyada prácticamente por todo el mundo, hasta por los partidos de la derecha de la época. Se protestaba contra una importante reforma del mercado laboral que abarataba el despido e introducía los contratos temporales, si no recuerdo mal. La huelga fue un éxito y el gobierno socialista tuvo que retirar la reforma prevista.
Por mi parte era la primera vez que me podía poner en huelga ya que llevaba unos meses trabajando, por fin. La situación económica era bastante complicada por aquellos años, pero ese es otro tema. En mi puesto de trabajo -mal pagado y explotado- me pasé la mañana abriendo y cerrando las puertas, cuando mi jefe me lo indicaba -el miedo principalmente era a los piquetes. Si hubiera hecho huelga, me habrían despedido. No tuve valor para perder mi primer empleo y no me arrepiento. Luego he podido hacer más huelgas de distintos tipos y de resultados de difícil interpretación. Las peores huelgas han sido en las que me he sentido casi solo, como un defensor estúpido de los derechos de todos. En la última convocatoria de huelga fui a trabajar sin que ningún jefe me obligara, por simple decepción.
La huelga fue reconocida como un derecho esencial de los trabajadores. Otro logro social que también se pone en duda. Escuchamos todos los días comentarios sobre su inutilidad o sobre lo inoportuno de convocarla en momentos de crisis. Sin embargo ya ha habido huelgas en Gran Bretaña, Francia e incluso en Grecia, no me pregunten por qué.
Parece mentira que se critique con tanta dureza la convocatoria de huelga para el 29 de marzo en la que se protesta por la situación actual, por la también inútil reforma laboral, es decir, contra la política de recortes que ya inició el gobierno anterior y que solo tiene sentido porque se nos impone desde la Unión Europea.
Otra cosa es dudar de que con la huelga se vaya a resolver algo y decidir si se participa o no, pero eso es una cuestión personal. Déjenme que me lo piense.
Por mi parte era la primera vez que me podía poner en huelga ya que llevaba unos meses trabajando, por fin. La situación económica era bastante complicada por aquellos años, pero ese es otro tema. En mi puesto de trabajo -mal pagado y explotado- me pasé la mañana abriendo y cerrando las puertas, cuando mi jefe me lo indicaba -el miedo principalmente era a los piquetes. Si hubiera hecho huelga, me habrían despedido. No tuve valor para perder mi primer empleo y no me arrepiento. Luego he podido hacer más huelgas de distintos tipos y de resultados de difícil interpretación. Las peores huelgas han sido en las que me he sentido casi solo, como un defensor estúpido de los derechos de todos. En la última convocatoria de huelga fui a trabajar sin que ningún jefe me obligara, por simple decepción.
La huelga fue reconocida como un derecho esencial de los trabajadores. Otro logro social que también se pone en duda. Escuchamos todos los días comentarios sobre su inutilidad o sobre lo inoportuno de convocarla en momentos de crisis. Sin embargo ya ha habido huelgas en Gran Bretaña, Francia e incluso en Grecia, no me pregunten por qué.
Parece mentira que se critique con tanta dureza la convocatoria de huelga para el 29 de marzo en la que se protesta por la situación actual, por la también inútil reforma laboral, es decir, contra la política de recortes que ya inició el gobierno anterior y que solo tiene sentido porque se nos impone desde la Unión Europea.
Otra cosa es dudar de que con la huelga se vaya a resolver algo y decidir si se participa o no, pero eso es una cuestión personal. Déjenme que me lo piense.
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