Muchas veces nos vemos entre la espada y la pared, entre el egoísmo y el sentido común. Esto lo podemos trasladar a muchas situaciones. Vemos, por ejemplo, que algo está claramente mal, si lo analizamos objetivamente, pero otras veces, cuando nos afecta de manera personal, nos parece bien e incluso podríamos luchar a muerte por ello.
Los Baños del Carmen es un espacio curioso de la Málaga del siglo XXI. En la Costa del Sol, a poca distancia del centro de la ciudad, al final del Paseo Marítimo e inmediatamente antes de Pedregalejo y las playas del Palo, es decir en el meollo de la ciudad, nos encontramos con un espacio casi abandonado, una mezcla romántica moderna de ruina y naturaleza.
Yo, egoístamente, desearía que se quedara así. No tengo motivos racionales sino personales. Llevo años yendo a jugar al tenis a sus primitivas pistas. En invierno, puedo darle golpes a la bola amarilla oliendo a Mediterráneo y escuchando cómo rompen las olas a cuatro o cinco metros de mi raqueta u observar a los novios que se hacen el reportaje de bodas junto a la tranquila orilla.
En verano, sufro el sol de la tarde y escucho a la gente que grita al bañarse o que ensaya verdiales o que tira piedras a las litronas vacías o...
Los picudos rojos nos quitaron la sombra de la mayoría de las palmeras, pero los troncos cortados entre la hierba, que crece salvaje, refuerzan el romanticismo del lugar. Todo me parece perfecto, desde mi subjetivo interés.
Si aquello es integrado en la ciudad, si se convierte en otro centro de ocio o en un palmeral cualquiera o en una urbanización privada o en otro caos de la construcción costera, no sería esa isla que mezcla el pasado decadente con las miserias de la actualidad.
Las imágenes de las fotos tienen casi un siglo, sin embargo, muchas veces, cuando empuño la raqueta de tenis y me dispongo a jugar un set y desvió la mirada para admirar el paisaje que me rodea, lo que veo es prácticamente lo mismo que descubrimos en estas fotos y hasta el mar es similar, como dos gotas de agua.
Perdonen mi egoísmo.
Los Baños del Carmen es un espacio curioso de la Málaga del siglo XXI. En la Costa del Sol, a poca distancia del centro de la ciudad, al final del Paseo Marítimo e inmediatamente antes de Pedregalejo y las playas del Palo, es decir en el meollo de la ciudad, nos encontramos con un espacio casi abandonado, una mezcla romántica moderna de ruina y naturaleza.
Yo, egoístamente, desearía que se quedara así. No tengo motivos racionales sino personales. Llevo años yendo a jugar al tenis a sus primitivas pistas. En invierno, puedo darle golpes a la bola amarilla oliendo a Mediterráneo y escuchando cómo rompen las olas a cuatro o cinco metros de mi raqueta u observar a los novios que se hacen el reportaje de bodas junto a la tranquila orilla.
En verano, sufro el sol de la tarde y escucho a la gente que grita al bañarse o que ensaya verdiales o que tira piedras a las litronas vacías o...
Los picudos rojos nos quitaron la sombra de la mayoría de las palmeras, pero los troncos cortados entre la hierba, que crece salvaje, refuerzan el romanticismo del lugar. Todo me parece perfecto, desde mi subjetivo interés.
Si aquello es integrado en la ciudad, si se convierte en otro centro de ocio o en un palmeral cualquiera o en una urbanización privada o en otro caos de la construcción costera, no sería esa isla que mezcla el pasado decadente con las miserias de la actualidad.
Las imágenes de las fotos tienen casi un siglo, sin embargo, muchas veces, cuando empuño la raqueta de tenis y me dispongo a jugar un set y desvió la mirada para admirar el paisaje que me rodea, lo que veo es prácticamente lo mismo que descubrimos en estas fotos y hasta el mar es similar, como dos gotas de agua.
Perdonen mi egoísmo.
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