Viajar siempre nos provoca algo. Cuando pisamos un aeropuerto, una estación; cuando recorremos carreteras comarcales, autovías, carriles y avenidas, reconocemos nuestra esencia nómada, nuestra necesidad de viajar.
Hay viajes simbólicos, iniciáticos, últimos...
El motivo que justifica un viaje puede ser simplemente ver mundo o buscar trabajo, ya que no lo encontramos en nuestro entorno. Pero, admitámoslo, la mayoría viaja para huir, para evadirse.
Los románticos deseaban viajar a lugares exóticos que les alejara de la realidad, que les hiciera creer, lejos de lo tangible, en sus ideales frustrados, querían evadirse de esa realidad; otros han buscado en lo oriental, en lo lejano, la belleza, la estética que su cercanía les negaba o algo que les confirmara su sensibilidad o existencia.
Normalmente, buscamos excusas para alejarnos de nuestra casa, de nuestra trabajo, de nuestra familia, en fin, de la rutina, las obligaciones y su hastío.
Odiseo viajó por motivos bélicos o adúlteros, según se mire, pero su vuelta fue casi imposible, llena de dificultades fascinantes que merecían la pena por el simple hecho de vivirlas, de contarlas. Kaváfis ya nos hacía reflexionar sobre la importancia o no de llegar a nuestro destino con estos versos: "Cuando emprendas tu viaje a Ítaca / pide que el camino sea largo, / lleno de aventuras, lleno de experiencias [...] / Ten siempre a Ítaca en tu pensamiento. Tu llegada allí es tu destino. / Mas no apresures nunca el viaje. [...] / Sin ella no habrías emprendido el camino. / Pero no tiene ya nada que darte. [...]"
Por desgracia Odiseo es solo una ficción y la realidad siempre se cuela por las rendijas de lo abstracto: te pone los pies en la tierra.
¿Cuántos han vuelto por nostalgia? ¿Quién no ha deseado volver porque ha descubierto que lo lejano es tan solo un espejismo?
Sin embargo, cuando volvemos, si es que podemos, el camino es como mínimo contrario y nosotros no somos los mismos. De la ilusión de la marcha pasamos a la resignación o a la angustia de la vuelta.
En mis novelas, lo confirmo ahora, siempre hay un personaje que vuelve hundido, derrotado, resignado o triste, como yo la semana pasada.
Despedidas y bienvenidas son momentos de emoción pero están cargados de impostura. Los adioses solo viven en nuestro interior porque sabemos que habrá que volver o, tal vez, lo temamos.
Hay también, como sabemos, viajes sin retorno.
Antonio Machado lo dijo más o menos así:
Hay viajes simbólicos, iniciáticos, últimos...
El motivo que justifica un viaje puede ser simplemente ver mundo o buscar trabajo, ya que no lo encontramos en nuestro entorno. Pero, admitámoslo, la mayoría viaja para huir, para evadirse.
Los románticos deseaban viajar a lugares exóticos que les alejara de la realidad, que les hiciera creer, lejos de lo tangible, en sus ideales frustrados, querían evadirse de esa realidad; otros han buscado en lo oriental, en lo lejano, la belleza, la estética que su cercanía les negaba o algo que les confirmara su sensibilidad o existencia.
Normalmente, buscamos excusas para alejarnos de nuestra casa, de nuestra trabajo, de nuestra familia, en fin, de la rutina, las obligaciones y su hastío.
Odiseo viajó por motivos bélicos o adúlteros, según se mire, pero su vuelta fue casi imposible, llena de dificultades fascinantes que merecían la pena por el simple hecho de vivirlas, de contarlas. Kaváfis ya nos hacía reflexionar sobre la importancia o no de llegar a nuestro destino con estos versos: "Cuando emprendas tu viaje a Ítaca / pide que el camino sea largo, / lleno de aventuras, lleno de experiencias [...] / Ten siempre a Ítaca en tu pensamiento. Tu llegada allí es tu destino. / Mas no apresures nunca el viaje. [...] / Sin ella no habrías emprendido el camino. / Pero no tiene ya nada que darte. [...]"
Por desgracia Odiseo es solo una ficción y la realidad siempre se cuela por las rendijas de lo abstracto: te pone los pies en la tierra.
¿Cuántos han vuelto por nostalgia? ¿Quién no ha deseado volver porque ha descubierto que lo lejano es tan solo un espejismo?
Sin embargo, cuando volvemos, si es que podemos, el camino es como mínimo contrario y nosotros no somos los mismos. De la ilusión de la marcha pasamos a la resignación o a la angustia de la vuelta.
En mis novelas, lo confirmo ahora, siempre hay un personaje que vuelve hundido, derrotado, resignado o triste, como yo la semana pasada.
Despedidas y bienvenidas son momentos de emoción pero están cargados de impostura. Los adioses solo viven en nuestro interior porque sabemos que habrá que volver o, tal vez, lo temamos.
Hay también, como sabemos, viajes sin retorno.
Antonio Machado lo dijo más o menos así:
Estación de Collioure en los años 30 |
"Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar."
Su camino fue largo y lleno de las experiencias que aceptó tener. Nuestro viaje continúa. Te quiero hermanito.
ResponderEliminarViaje=Vida
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=njyKQDlvICQ