Cuando uno vuelve de las vacaciones suele tener en la cabeza muchas cosas alejadas de lo laboral que desea contar -aunque siempre depende de cómo haya ido el verano o de la capacidad de desconexión. Pero, cuando escucha lo que los demás han hecho o sufrido, lo de uno, por lo menos para mí, se vulgariza o interioriza. Lo que le ocurre a cada cual es importante en cuanto a que lo ha vivido y es relevante o especial porque lo ha disfrutado y ha tenido el tiempo de saborearlo. Las entradas de este blog relacionadas con mi viaje a Polonia son simples reflexiones, no me he detenido a contarle a todo el mundo, por ejemplo, que en un hotel de Cracovia subí varias plantas cargando con las maletas para intentar esquivar las avalanchas del ascensor y luego descubrí que era imposible abrir las puertas que daban al pasillo de mi planta por dentro, por motivos que no entendí gracias a mi nulo dominio del idioma polaco, y que estuve una hora buscando la manera de salir de allí. Esa anécdota pierde la gracia y parece estúpida en cuanto la alejas de los hechos y de la propia experiencia.
Los libros de viaje antiguos están cargados de historias de todo tipo, ahora esto se ha trasladado a internet: blog, redes sociales, foros, etc. Las experiencias antiguas ganan interés al servir de testimonio de otros tiempos y las "aventuras" divierten gracias al cambio de perspectiva temporal. Sin embargo, en internet he descubierto anécdotas muy similares a las que he vivido yo y veo fotos parecidas a las que he hecho desde esa esquina que creía mía y eso me globaliza fatalmente.
Un ejemplo de lo que mejoran los testimonios viajeros con el tiempo lo podemos leer en Recollections of Spanish Travel in 1867 de Penélope Holland. Pensemos en las carreteras actuales de la costa oeste de Málaga y en el turismo de este verano por Ronda y leamos el relato del viaje de Penélope de Gibraltar a Ronda a caballo advirtiendo que lo hace así no porque sea una buena forma de ver la naturaleza sino porque no existen otras alternativas debido a las torcidas intenciones del gobierno español de dejar sin comunicación exterior a los gibraltareños.
Con la ayuda de estos viajeros puede uno descubrir cómo se veía la vieja España desde fuera. Gracias, por ejemplo, al italiano Adolfo de Foresta pude entrar en el Café de la Loba y de ese modo los personajes de mi novela, o leyendo a Wadsworth Longfellow también descubrí el interés que muchos viajeros americanos tenían por ser atracados por un bravo y romántico bandolero. Longfellow se siente desilusionado al comprar inútilmente un reloj de bolsillo para ser expoliado y no localizar a nadie que se lo robara. El inglés Capell Brooke, también cuenta que se sintió decepcionado con su doblón de oro y cuatro dólares de plata, todo lo que le quedaba, al no ser atracado como le habían prometido, ya que "estaba dispuesto a darlo libremente, sin discutir, en el instante en que me lo exigieran, incluso antes."
Ahora descubrimos que a alguien le perdieron las maletas en el aeropuerto igual que a ti o que el hotel de determinada ciudad no estaba tan céntrico como ponía en su página web.
Viajar es una huida y su disfrute está en la elección adecuada, el momento vital y en la capacidad de sacarle jugo personal. Compartirlo en exceso tiene sus límites, pienso.
Los libros de viaje antiguos están cargados de historias de todo tipo, ahora esto se ha trasladado a internet: blog, redes sociales, foros, etc. Las experiencias antiguas ganan interés al servir de testimonio de otros tiempos y las "aventuras" divierten gracias al cambio de perspectiva temporal. Sin embargo, en internet he descubierto anécdotas muy similares a las que he vivido yo y veo fotos parecidas a las que he hecho desde esa esquina que creía mía y eso me globaliza fatalmente.
Un ejemplo de lo que mejoran los testimonios viajeros con el tiempo lo podemos leer en Recollections of Spanish Travel in 1867 de Penélope Holland. Pensemos en las carreteras actuales de la costa oeste de Málaga y en el turismo de este verano por Ronda y leamos el relato del viaje de Penélope de Gibraltar a Ronda a caballo advirtiendo que lo hace así no porque sea una buena forma de ver la naturaleza sino porque no existen otras alternativas debido a las torcidas intenciones del gobierno español de dejar sin comunicación exterior a los gibraltareños.
Con la ayuda de estos viajeros puede uno descubrir cómo se veía la vieja España desde fuera. Gracias, por ejemplo, al italiano Adolfo de Foresta pude entrar en el Café de la Loba y de ese modo los personajes de mi novela, o leyendo a Wadsworth Longfellow también descubrí el interés que muchos viajeros americanos tenían por ser atracados por un bravo y romántico bandolero. Longfellow se siente desilusionado al comprar inútilmente un reloj de bolsillo para ser expoliado y no localizar a nadie que se lo robara. El inglés Capell Brooke, también cuenta que se sintió decepcionado con su doblón de oro y cuatro dólares de plata, todo lo que le quedaba, al no ser atracado como le habían prometido, ya que "estaba dispuesto a darlo libremente, sin discutir, en el instante en que me lo exigieran, incluso antes."
Ahora descubrimos que a alguien le perdieron las maletas en el aeropuerto igual que a ti o que el hotel de determinada ciudad no estaba tan céntrico como ponía en su página web.
Viajar es una huida y su disfrute está en la elección adecuada, el momento vital y en la capacidad de sacarle jugo personal. Compartirlo en exceso tiene sus límites, pienso.
Lo que comentas tiene relación con esas reuniones en las que pasas horas enseñando las fotos de tus viajes a los amigos y vas viendo como el aburrimiento se refleja en sus caras. Hace ya mucho tiempo que no enseño fotos de viajes... Por cierto, sí he disfrutado mucho con las reflexiones que has hecho sobre vuestro viaje a Polonia, un destino que en sí mismo no llamaba mi atención.
ResponderEliminarUn saludo