Cuando era estudiante de bachillerato y se acababa de sancionar y publicar la Constitución, nuestro profesor de Literatura de 2º de BUP, un vallecano calvo e inteligente, solía regalarnos, afectado por la política de aquellos tiempos, una metáfora indignada: "España, el furgón de cola" y, a continuación, compartía con vehemencia desconocida para nosotros sus reflexiones sobre la actualidad nacional del momento. Era un idealista heredero del mayo francés del 68 que admiraba a Moustaki y que marcó definitivamente mi futuro universitario y laboral.
No sé nada de él desde entonces, pero no olvido su desesperación ante la imposibilidad de mejorar España, ante el retraso intelectual del país.
Si hablara con él hoy en día, creo que sentiría nostalgia por las ilusiones perdidas y respeto por los representantes políticos de aquel momento. No eran perfectos: muchos se mudaron de chaqueta o cambiaron sus promesas, algunos impusieron condiciones o lastres imposibles, otros lo han olvidado todo o han muerto siendo admirados u odiados. Sin embargo, su esfuerzo tuvo una recompensa directa en la llamada Carta Magna, mejorable, por supuesto, pero vigente por más tiempo que las anteriores y, sobre todo, tras una autarquía rancia, inútil y nacional católica que todavía humea por algunas cadenas de televisión y algún sindicato no obrero.
Valle-Inclan en Luces de bohemia (1920), estableció el perfil eterno de nuestro Estado: "En España el trabajo y la inteligencia siempre se han visto menospreciados. Aquí todo lo manda el dinero", "El sentido trágico de la vida española solo puede darse con una estética sistemáticamente deformada", "España es una deformación grotesca de la civilización europea". Pero Valle-Inclán no conocía el esperpento de nuestra España del siglo XXI y sí el de principios del XX. Por desgracia, ¡cómo se parecen! ¿Quiénes serían ahora "el primer humorista", el conde de Romanones o Maura?
¿Algún día seremos capaces de evolucionar?
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