Mi primera experiencia como comprador de libros se remonta a los años setenta. Era una compra sin dinero. Mi padre me ofrecía la Feria del Libro en el Parque de Málaga y yo solo tenía que escoger. Durante mis primeros años me dirigía siempre a la misma colección: "Mini-Infancia" de Bruguera. Unos pequeños tomos de cuentos que sumaban a los textos y los dibujos un truco para mí mágico en aquellos años: una animación de algún personaje que parecía moverse al pasar con rapidez las páginas y si se fijaba la atención en la parte superior derecha del libro. Eran más que cuentos.
Desde esa época no he dejado de visitar la Feria del Libro, todos los años.
En la última edición del presente mes de mayo se ha trasladado al Palmeral de las Sorpresas. Oficialmente, el balance es perfecto: nueva ubicación con futuro y un diez por ciento de incremento en las ventas, tal y como están las cosas.
Otra visión puede ser más subjetiva: es la percepción del evento desde mi propia experiencia. No falté a mi cita anual. Una visita sin pena ni gloria, para ser sincero. En diez minutos recorrí los veintisiete expositores que me parecieron como segregados al límite del muelle y no tuve ninguna oposición para hojear libros, aunque no me llamó la atención nada de lo que vi. Eran las siete de la tarde de un viernes y no había casi nadie. No compré.
En el año 2001 tuve la suerte de presentar mi primera novela, Foto de familia, en la desaparecida Caseta de Tertulias. En esa edición había cuarenta y cuatro expositores y la presentación fue también a las siete, pero un martes. Hubo bastantes asistentes, aparte de la familia y algunos amigos. Posteriormente, mientras firmaba algunos ejemplares de mi novela, pude comprobar también la gran cantidad de gente que visitó el expositor de mi editorial hasta la hora de cerrar.
El mundo del libro tradicional en España –no el electrónico, que facilita esa piratería tan nuestra– se está hundiendo. Es un hecho. Los libreros españoles enviaron hace unos meses al ministro Wert un escrito pidiendo ayudas similares a las que reciben del gobierno las librerías en Francia, pero la carta no ha tenido respuesta. "Los costes españoles suben el precio medio de los libros en España a los 22 euros; en Italia, en Francia o en Inglaterra, ese precio es la mitad, y eso permite que luchen en pie de igualdad con los precios digitales." La información es de Gregorio Swan y la extraigo del último número de la revista Qué leer.
Todo esto, como mínimo, me da pena y me provoca nostalgia.
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