Uno de los rincones que más me gusta de Tenerife, del Puerto de la Cruz, es la playa de San Telmo que no son unas playas en el sentido mediterráneo o caribeño sino un espacio más o menos natural en el que se bañan los portuenses. Ahora andan con la típica polémica de renovar o conservar. Al parecer hay un proyecto de reforma que ha provocado protestas en las que el lema es "Salvemos San Telmo".
Sobre ese tema tengo mi opinión pero creo que, por visitar la localidad de vez en cuando, no tengo derecho a meterme donde no me llaman. Sin embargo, debo admitir que siempre que visito la isla siento la necesidad de asomarme a este rincón canario. La primera vez que estuve allí fue durante el viaje de estudios organizado por el instituto cuando terminamos el bachillerato, el BUP de la época. Paseamos por el pueblo sin orden ni concierto, sin información previa ni preocupaciones, como deben hacerlo los adolescentes, y de pronto nos encontramos con el Mirador de San Telmo: un muro de piedra volcánica desde el que se contemplaba la playa y la ermita del mismo nombre y los hoteles típicos de la zona. Turismo y naturaleza volcánica desde una perspectiva muy atractiva.
Este año, como siempre, he ido a contemplar el mismo paisaje y me he encontrado con la misma vista pero con la novedad de que no está el muro de piedra volcánica sino una barandilla reluciente. Por ahí van los tiros de las protestas, creo.
Nunca me he bañado en esa playa. No siento ningún interés en bañarme entre tanta gente con tan poco espacio y luchando entre las rocas y las olas. Para nadar prefiero la mar en calma y para tumbarme al sol la arena fina. No es eso lo que me atrae de esa playa sino un cierto aire primitivo, prehistórico y volcánico que aún mantiene aquel rincón.
Cuando vuelva a viajar a Tenerife, cuando regrese otra vez al Mirador, habrá barandillas o muros, ermitas o rascacielos, hoteles o "resorts" estrafalarios pero estoy seguro que quedará la piedra negra volcánica bañada por el océano. O eso espero.
Sobre ese tema tengo mi opinión pero creo que, por visitar la localidad de vez en cuando, no tengo derecho a meterme donde no me llaman. Sin embargo, debo admitir que siempre que visito la isla siento la necesidad de asomarme a este rincón canario. La primera vez que estuve allí fue durante el viaje de estudios organizado por el instituto cuando terminamos el bachillerato, el BUP de la época. Paseamos por el pueblo sin orden ni concierto, sin información previa ni preocupaciones, como deben hacerlo los adolescentes, y de pronto nos encontramos con el Mirador de San Telmo: un muro de piedra volcánica desde el que se contemplaba la playa y la ermita del mismo nombre y los hoteles típicos de la zona. Turismo y naturaleza volcánica desde una perspectiva muy atractiva.
Este año, como siempre, he ido a contemplar el mismo paisaje y me he encontrado con la misma vista pero con la novedad de que no está el muro de piedra volcánica sino una barandilla reluciente. Por ahí van los tiros de las protestas, creo.
Antiguo Paseo de San Telmo |
Cuando vuelva a viajar a Tenerife, cuando regrese otra vez al Mirador, habrá barandillas o muros, ermitas o rascacielos, hoteles o "resorts" estrafalarios pero estoy seguro que quedará la piedra negra volcánica bañada por el océano. O eso espero.
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