
La independencia, o mejor dicho, el deseo de independencia es legítimo y comprensible. Es lógico querer hacer o decidir por uno mismo sin imposiciones, sin obligaciones, sólo acogiéndote a tus deseos u opiniones.

Con los estados y naciones ocurre lo mismo. Desearíamos todos que nuestra patria fuera independiente y que se nos dejara ser dueños de lo que nos preocupe o interese directamente. Deberíamos tener incluso derecho a decidir si queremos ser independientes, desvincularnos de todo lo que nos atrofia, nos reduce, nos impide progresar, claro. Pero habría que contarlo todo. Si queremos esa independencia, deberíamos poder disponer de la verdad, de asumir que siempre habrá que sacrificar algo, de saber qué grado de dependencia habría que permitir después desde otros poderes. No existe, por tanto, un día dependiente al que sigue otro absolutamente libre. No existe tanta facilidad. No existen las utopías.
Luego están los disfraces, las metáforas malintencionadas con las que se confunde a la gente con banderas y soflamas engañosas. No nos equivoquemos: en realidad, todo es ficción.
En términos generales estoy de acuerdo. Pero lo que n acepto es que amparándose en esa dependencia mínima tengamos o nos quieran manipular.
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