No sé si he contado antes lo que quiero contar. Si es así, pienso repetirlo porque me ha venido a la mente al leer la noticia que más me ha impactado esta semana.
La Sociedad Económica de Amigos de País de Málaga cierra después de más de dos siglos (224 años) por falta de recursos económicos, valga la paradoja.
Cuando era un adolescente y vivía cerca de la plaza de la Constitución, tenía por costumbre entrar en el viejo edificio de la Sociedad para visitar la exposición de turno: cuadros, esculturas, fotografías, en fin, un poco de todo. Evidentemente, no era el museo del Prado, ni falta que le hacía. Para mí era suficiente, aunque confieso que casi siempre estaba la sala demasiado tranquila o casi vacía, tal vez, eso era lo mejor: todo aquello parecía montado para mí y me permitía permanecer todo el tiempo del mundo.
Se trata o se trataba –no sé qué tiempo emplear, la verdad– de la institución cultural y económica más antigua de la ciudad. Esas cosas no parecen importar en estos tiempos. Tal vez, lo esencial es si la Sociedad tenía wifi gratis o no.
Posee –creo que todavía no la han desmantelado– una biblioteca importante por la antigüedad de sus volúmenes y la variedad de sus secciones, la más antigua biblioteca pública de Málaga.
El franquismo le cambió el nombre por Centro de Estudios Andaluces, ya que fue un foco eminentemente republicano, pero no pudo o no quiso acabar con la institución.
En realidad, parece que todo esto no le importa a nadie en la ciudad, o por lo menos, a ningún organismo o entidad que pudiera haber evitado este final. Recordemos que lo que no es rentable en la actualidad no sirve o es como mínimo un gasto prescindible.
Algunos capítulos de El cráneo de la Araña los ambienté en sus dependencias ya que era difícil por aquellos años desligar la Sociedad del Colegio o del Ateneo y allí se reunía también la Sociedad Malagueña de Ciencias Físicas y Naturales y con ella algunos personajes de mi novela.
En fin, todo esto me lleva a la anécdota que quería contar. Por aquellos años en que vivía en el centro, cuando necesitaba buscar un libro o comprar un lápiz iba a una librería llamada La Ibérica, que más tarde en su declive pasó a llamarse La Nueva Ibérica, aunque su espacio se redujo y las ventas creo que también. En ese local, en la actualidad, hay una zapatería. En España, todos lo sabemos, es muy fácil sustituir el cerebro por los pies pero imposible lo contrario, cuestiones del progreso.
La Sociedad Económica de Amigos de País de Málaga cierra después de más de dos siglos (224 años) por falta de recursos económicos, valga la paradoja.
Cuando era un adolescente y vivía cerca de la plaza de la Constitución, tenía por costumbre entrar en el viejo edificio de la Sociedad para visitar la exposición de turno: cuadros, esculturas, fotografías, en fin, un poco de todo. Evidentemente, no era el museo del Prado, ni falta que le hacía. Para mí era suficiente, aunque confieso que casi siempre estaba la sala demasiado tranquila o casi vacía, tal vez, eso era lo mejor: todo aquello parecía montado para mí y me permitía permanecer todo el tiempo del mundo.
Se trata o se trataba –no sé qué tiempo emplear, la verdad– de la institución cultural y económica más antigua de la ciudad. Esas cosas no parecen importar en estos tiempos. Tal vez, lo esencial es si la Sociedad tenía wifi gratis o no.
Posee –creo que todavía no la han desmantelado– una biblioteca importante por la antigüedad de sus volúmenes y la variedad de sus secciones, la más antigua biblioteca pública de Málaga.
El franquismo le cambió el nombre por Centro de Estudios Andaluces, ya que fue un foco eminentemente republicano, pero no pudo o no quiso acabar con la institución.
En realidad, parece que todo esto no le importa a nadie en la ciudad, o por lo menos, a ningún organismo o entidad que pudiera haber evitado este final. Recordemos que lo que no es rentable en la actualidad no sirve o es como mínimo un gasto prescindible.
Algunos capítulos de El cráneo de la Araña los ambienté en sus dependencias ya que era difícil por aquellos años desligar la Sociedad del Colegio o del Ateneo y allí se reunía también la Sociedad Malagueña de Ciencias Físicas y Naturales y con ella algunos personajes de mi novela.
En fin, todo esto me lleva a la anécdota que quería contar. Por aquellos años en que vivía en el centro, cuando necesitaba buscar un libro o comprar un lápiz iba a una librería llamada La Ibérica, que más tarde en su declive pasó a llamarse La Nueva Ibérica, aunque su espacio se redujo y las ventas creo que también. En ese local, en la actualidad, hay una zapatería. En España, todos lo sabemos, es muy fácil sustituir el cerebro por los pies pero imposible lo contrario, cuestiones del progreso.
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