Llevo una temporada sin escribir en el blog replanteándome lo que debo hacer con él y en esto estaba cuando me he visto obligado a escribir aquí sobre mi trabajo. No era mi intención, pero la política actual me empuja a comentar la LOMCE o como se llame.
Es deprimente volver a cambiar la ley de educación de este país a sabiendas de que no va a funcionar: unos afirman que no la aplicarán, otros que la derogarán. Estamos, como siempre, provocando conflictos sin resolver los anteriores: otro ejemplo del disparate que nos ha tocado vivir. Lo único seguro que nos ofrece esta ley, por tanto, –recordemos que es la séptima de la democracia– es que no va a servir para mejorar nuestro sistema educativo. Solo la defiende un partido que coyunturalmente maneja su mayoría absoluta con unos fines o compromisos ideológicos y electorales propios, como el resto de partidos españoles hasta ahora. Cuando le toque desaparecer del poder tendrá que depositarla en el cubo de basura de las leyes de educación junto con las anteriores.
Eso solo demuestra que nadie quiere realmente mejorar la educación ni que los niveles de nuestros alumnos mejoren en los informes de turno ni que tengamos una juventud preparada ni nada que se le parezca. Es tan estúpido emplear ese esfuerzo para redactar normas que no llegarán a desarrollarse, tanto tiempo, tanta palabrería vacua para un resultado absolutamente inútil. Todos sabemos que la única norma válida en un tema esencial como es la educación debe llegar de la unión y el consenso.
No se trata de estar de acuerdo con la nueva ley. Ni siquiera me merece el respeto de analizarla, ya que nace condenada como todas las anteriores.
Los políticos de este país siguen empeñados en demostrar su incapacidad de mirar al futuro y, sobre todo, de pensar en los ciudadanos.
Es deprimente volver a cambiar la ley de educación de este país a sabiendas de que no va a funcionar: unos afirman que no la aplicarán, otros que la derogarán. Estamos, como siempre, provocando conflictos sin resolver los anteriores: otro ejemplo del disparate que nos ha tocado vivir. Lo único seguro que nos ofrece esta ley, por tanto, –recordemos que es la séptima de la democracia– es que no va a servir para mejorar nuestro sistema educativo. Solo la defiende un partido que coyunturalmente maneja su mayoría absoluta con unos fines o compromisos ideológicos y electorales propios, como el resto de partidos españoles hasta ahora. Cuando le toque desaparecer del poder tendrá que depositarla en el cubo de basura de las leyes de educación junto con las anteriores.
Eso solo demuestra que nadie quiere realmente mejorar la educación ni que los niveles de nuestros alumnos mejoren en los informes de turno ni que tengamos una juventud preparada ni nada que se le parezca. Es tan estúpido emplear ese esfuerzo para redactar normas que no llegarán a desarrollarse, tanto tiempo, tanta palabrería vacua para un resultado absolutamente inútil. Todos sabemos que la única norma válida en un tema esencial como es la educación debe llegar de la unión y el consenso.
No se trata de estar de acuerdo con la nueva ley. Ni siquiera me merece el respeto de analizarla, ya que nace condenada como todas las anteriores.
Los políticos de este país siguen empeñados en demostrar su incapacidad de mirar al futuro y, sobre todo, de pensar en los ciudadanos.
Si ya es malo que hayamos de sufrir políticos ineptos que no son capaces de ver más allá del interés de su propio partido y de su propio análisis (erróneo) de la realidad educativa, peor es que entre los docentes, que somos quienes (después de los propios alumnos) más padecemos la situación, exista un amplio grupo que les siga el juego y comulguen aún con ruedas de molino. Ya va siendo hora de que nosotros, aunque yo no sea más que un jubilado, levantemos la voz no contra un partido, sea el que sea, sino contra un sistema que, a base de continuos cambios inoperantes, va creando una juventud cada vez más menos preparada. Sin ese amplio consenso del que hablas y un apartamiento de los intereses políticos respecto de los educativos, nunca llegaremos a nada. Aunque se les llene la boca hablando de Leyes de Calidad o de Búsquedas de la Excelencia.
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