En la entrada anterior me quedé defendiendo que con pocas palabras se pueden decir muchas cosas, como ocurre con las seguidillas. Por eso, Uvas negras, como todas mis novelas anteriores, no es extensa. Siempre he criticado las películas de más de dos horas o las narraciones de quinientas páginas. Son gustos seguramente, pero para mi opinión todo lo que se puede contar en menos de trescientas páginas gana en claridad y dinamismo.
Recordando lo dicho en la anterior entrada sobre el título de mi novela, había un motivo familiar de tradición oral, pero habría que añadir que sobre todo este título es consecuencia de mi interpretación de ese poemilla. Si quieres algo atractivo, vivo, nuevo, acércate a ello, sin embargo, si no lo comprendes o aceptas tal y como es, cae, sucumbe radicalmente. Me pareció siempre un texto simple pero cargado de trascendencia, dramatismo y fatalidad.
Simbólicamente las uvas tienen muchos significados que se complementan. Para los griegos, Dionisos era el dios del vino y de la vid, por tanto, beber este néctar extraído de la uva representaba el placer y la alegría de vivir que embriaga y ayuda a lograr el contacto con la divinidad. Para los cristianos, el alma se alimenta de la eucaristía. Un ave (el alma) picoteando un racimo de uvas simbolizaría este nutritivo acto. También las uvas prensadas dejan escapar el mosto rojo como la sangre de Cristo. Hasta en el tarot encontramos las uvas como símbolos de fertilidad o abundancia. En el arte funerario simbolizan la redención y en el arte grecorromano, hospitalidad, generosidad o juventud. "Si quieres uvas negras, / sube a mi parra..." Hasta ahí todo va relativamente bien.
En el Museo del Louvre podemos admirar La Virgen de las uvas de Pierre Mignard, una obra de 1640 del barroco francés. La imagen es una advocación mariana recurrente en el arte cristiano. La Virgen aparece con el niño Jesús en brazos, este posa su mano sobre un racimo de uvas negras mientras que con la otra se esconde o se libera del velo con el que parece protegerlo su madre. Ya vemos en esta pintura algún elemento fatalista ya que las uvas serían el símbolo del sacrificio futuro de aquel niño, de su muerte. "¡Ojalá te cayeras / y te mataras!" dice la seguidilla popular.
Esa dualidad o contraste me atrajo porque podía simbólicamente representar en mi novela la evolución de la difícil relación entre los dos personajes principales: Katherine Bell, escritora inglesa, y el lingüista alemán Albert Winkel.
Bueno, tras esta breve justificación del título de mi novela, es el momento de invitar a quien quiera a leerla y encontrarle el verdadero sentido a todo lo que he intentado explicar en estas dos entradas.
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