Entre mis novelas la que más reproches ha recibido es Informe boreal. Como en toda evolución este texto anunciaba un cambio en lo que había escrito hasta entonces, es el puente lógico entre Foto de familia y El cráneo de la Araña. Hace seis años que la publiqué con ilusión y ahora es de la que menos presumo, pero no reniego de ella, al contrario. Pienso que algunas ideas que quería transmitir perviven y compruebo ahora que ciertas conclusiones a las que llegué pueden estar vigentes o cumpliéndose.
Tras una trama basada en el supuesto paseo de la guerra fría por las calles de Málaga, la novela intenta -tal vez con demasiada ambición- justificar que el bienestar del que vivimos a partir de la segunda mitad del siglo XX era algo programado para contrarrestar el comunismo contagioso de la Europa occidental, solo eso. No un logro de los sindicatos ni un regalo de los "mercados".
Caído el muro de Berlín, nada de esto tenía sentido. Tal vez estemos pagando los intereses de este espejismo. Puede que se trate ahora de despertar del sueño de la nueva clase media. El dinero es propiedad de los que verdaderamente lo poseen, no del resto de los mortales que para poder comprar algo debimos pedir un préstamo. Tendremos que devolver el dinero que empleamos en adquirir nuestras viviendas, coches o en pagar nuestros viajes en incómodas mensualidades durante veinte, treinta o incluso cuarenta años. Si no podemos hacerlo, nos embargarán lo que realmente no es nuestro. La sociedad del bienestar, fomentada por los bancos y los usureros, hacía que no nos reconociéramos en la lucha de clase ni nos preocupara el reparto igualitario de la riqueza. Y ahora estamos descolocados. No somos pueblo llano ni proletarios. Realmente, nunca hemos sido ricos y solo algunos han aprovechado el regalo de tener algo de educación. Estamos desclasificados como los productos caducados o desfasados. Hoy queremos hacer una revolución que no pega, que incluso chirría. Estamos en contra de los sindicatos porque se han aburguesado, como nuestras neuronas, como nosotros. No creemos en los partidos de izquierda ya que no defienden a los trabajadores sino sus privilegios y amistades.
Solo creemos en el fútbol, atraídos como Odiseo por su canto de sirena.
Tras una trama basada en el supuesto paseo de la guerra fría por las calles de Málaga, la novela intenta -tal vez con demasiada ambición- justificar que el bienestar del que vivimos a partir de la segunda mitad del siglo XX era algo programado para contrarrestar el comunismo contagioso de la Europa occidental, solo eso. No un logro de los sindicatos ni un regalo de los "mercados".
Caído el muro de Berlín, nada de esto tenía sentido. Tal vez estemos pagando los intereses de este espejismo. Puede que se trate ahora de despertar del sueño de la nueva clase media. El dinero es propiedad de los que verdaderamente lo poseen, no del resto de los mortales que para poder comprar algo debimos pedir un préstamo. Tendremos que devolver el dinero que empleamos en adquirir nuestras viviendas, coches o en pagar nuestros viajes en incómodas mensualidades durante veinte, treinta o incluso cuarenta años. Si no podemos hacerlo, nos embargarán lo que realmente no es nuestro. La sociedad del bienestar, fomentada por los bancos y los usureros, hacía que no nos reconociéramos en la lucha de clase ni nos preocupara el reparto igualitario de la riqueza. Y ahora estamos descolocados. No somos pueblo llano ni proletarios. Realmente, nunca hemos sido ricos y solo algunos han aprovechado el regalo de tener algo de educación. Estamos desclasificados como los productos caducados o desfasados. Hoy queremos hacer una revolución que no pega, que incluso chirría. Estamos en contra de los sindicatos porque se han aburguesado, como nuestras neuronas, como nosotros. No creemos en los partidos de izquierda ya que no defienden a los trabajadores sino sus privilegios y amistades.
Solo creemos en el fútbol, atraídos como Odiseo por su canto de sirena.
Como te he dicho, la explicación que propones sobre los desconcertantes acontecimientos actuales y la justificación de nuestra, por ser misericordioso, laxitud es irreprochable. ¿Cómo agradecerte la clarividencia?
ResponderEliminarPablo.
Pensaba que estaba atravesando "la crisis de los 40" cuando he leído tu entrada y me he dado cuenta de que aún es peor de lo que pensaba. Es la pérdida de la fe en el ser humano como colectivo con el agravante de que no me ha sucedido sólo a mí. ¡Cómo nos hemos descolocado!
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