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BUDAPEST

Esta mañana, mientras desayunaba a la española: mollete con aceite, estuve viendo un informe semanal antiguo sobre la desaparición del Pacto de Varsovia. Entre las imágenes que más me llamaron la atención destacaré la vista desde Pest del parlamento húngaro, a la otra orilla del Danubio. Me vino a la cabeza la visita que hice a la capital magiar en el verano de 2004. El edificio de informe semanal era más joven que el de mis recuerdos y sin embargo en televisión parecía una ciudad más gastada que la de mi memoria. El mismo parlamento era más oscuro que el que yo visité años después.
Una mañana de las que pasé en Budapest, la perla del Danubio, estuvimos recorriendo algunos barrios burgueses guiados por un húngaro con gran parecido físico a Karl Marx. En cambio, durante todo el recorrido, adornado por sus comentarios cargados de sarcasmo centroeuropeo, descubrimos que odiaba el marxismo o más bien a los soviéticos.
En mi mente confundo algunas veces la cara del guía con la del potente Árpád, el magiar del monumento que fotografié en la Plaza de los Héroes: un rostro orgulloso, decidido y cargado de resentimientos. Me terminé el café y me sentí mecido otra vez por los recuerdos de mi paseo en barco por el Danubio, contemplando las dos orillas. Una ciudad dividida en dos pero que se une en su propio topónimo (Buda y Pest es Budapest) como nos ocurre a todos: en el fondo no tenemos claro si odiamos algo o simplemente lo amamos al revés.

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