Una mañana de las que pasé en Budapest, la perla del Danubio, estuvimos recorriendo algunos barrios burgueses guiados por un húngaro con gran parecido físico a Karl Marx. En cambio, durante todo el recorrido, adornado por sus comentarios cargados de sarcasmo centroeuropeo, descubrimos que odiaba el marxismo o más bien a los soviéticos.
En mi mente confundo algunas veces la cara del guía con la del potente Árpád, el magiar del monumento que fotografié en la Plaza de los Héroes: un rostro orgulloso, decidido y cargado de resentimientos. Me terminé el café y me sentí mecido otra vez por los recuerdos de mi paseo en barco por el Danubio, contemplando las dos orillas. Una ciudad dividida en dos pero que se une en su propio topónimo (Buda y Pest es Budapest) como nos ocurre a todos: en el fondo no tenemos claro si odiamos algo o simplemente lo amamos al revés.
Comentarios
Publicar un comentario